TEXTO Y PREGUNTAS
"La educación es el desarrollo en el ser humano de toda la perfección de la que su naturaleza es capaz".
Immanuel Kant
Epicuro a Meneceo: salud y alegría.
Nadie por ser joven vacile en filosofar ni por hallarse viejo de filosofar
se fatigue. Pues nadie está demasiado adelantado ni retardado para lo que
concierne a la salud de su alma. El que dice que aún no le llegó la hora de
filosofar o que ya le ha pasado es como quien dice que no se le presenta o que
ya no hay tiempo para la felicidad. De modo que deben filosofar tanto el joven
como el viejo: el uno para que, envejeciendo, se rejuvenezca en bienes por el
recuerdo agradecido de los pasados, el otro para ser a un tiempo joven y maduro
por su serenidad ante el futuro. Así pues, hay que meditar lo que produce la
felicidad, ya que cuando está presente lo tenemos todo y, cuando falta, todo lo
hacemos por poseerla.
Lo que de continuo te he aconsejado, medita y ponlo en práctica,
reflexionando que esos principios son los elementos básicos de una vida feliz.
Considera, en primer lugar, a la divinidad como un ser vivo incorruptible y
feliz, como lo ha suscrito la noción común de lo divino, y no le atribuyas nada
extraño a la inmortalidad o impropio de la felicidad. Represéntate, en cambio,
referido a ella todo cuanto sea susceptible de preservar la beatitud que va
unida a la inmortalidad.
Los dioses, en efecto, existen. Porque el conocimiento que de ellos tenemos
es evidente. Pero no son como los cree el vulgo. Pues no los mantiene tal cual
los intuye. Y no es impío el que niega los dioses del vulgo, sino quien
atribuye a los dioses las opiniones del vulgo. Pues las manifestaciones del
vulgo sobre los dioses no son prenociones, sino falsas suposiciones. Por eso de
los dioses se desprenden los mayores daños y beneficios. Habituados a sus
propias virtudes en cualquier momento acogen a aquellos que les son semejantes,
considerando todo lo que no es de su clase como extraño.
Acostúmbrate a pensar que la muerte nada es para nosotros. Porque todo bien
y mal reside en la sensación, y la muerte es privación del sentir. Por lo tanto,
el recto conocimiento de que nada es para nosotros la muerte hace dichosa la
condición mortal de nuestra vida, no porque le añada una duración ilimitada,
sino porque elimina el ansia de inmortalidad.
Nada hay, pues, temible en el vivir para quien ha comprendido rectamente
que nada temible hay en el no vivir. De modo que es necio quien dice que teme a
la muerte no porque le angustiará al presentarse sino porque le angustia
esperarla. Pues lo que al presentarse no causa perturbación, vanamente afligirá
mientras se aguarda. Así que el más espantoso de los males, la muerte,
nada es para nosotros, puesto que mientras nosotros somos, la muerte no está
presente, y, cuando la muerte se presenta, entonces no existimos. Con que ni
afecta a los vivos ni a los muertos, porque para éstos no existe y los otros no
existen ya. Sin embargo, la gente unas veces huye de la muerte como del mayor
de los males y otras la acogen como descanso de los males de la vida.
El sabio, en cambio, ni rehúsa la vida ni teme el no vivir. Porque no le
abruma el vivir ni considera que sea algún mal el no vivir. Y así como en su
alimento no elige en absoluto lo más cuantioso sino lo más agradable, así
también del tiempo saca fruto no al más largo sino al más placentero. El que
recomienda al joven vivir bien y al viejo partir bien es un tonto, no
sólo por lo amable de la vida, sino además porque es el mismo el cuidado de
vivir bien y de morir bien. Pero mucho peor es el que dice: «Bueno es no haber
nacido, o bien una vez nacido traspasar cuanto antes las puertas de Hades.»
Pues si afirma eso convencido, ¿cómo no se aparta de la vida? Pues eso está
a su alcance, si es que ya lo ha deliberado seriamente. Si lo dice
chanceándose, es frívolo en lo que no lo admite.
Hay que rememorar que el porvenir ni es nuestro ni totalmente no nuestro
para que no aguardemos que lo sea totalmente ni desesperemos de que totalmente
no lo sea.
Reflexionemos que de los deseos unos son naturales, otros vanos; y de los
naturales unos son necesarios, otros sólo naturales; y de los necesarios unos
lo son para la felicidad, otros para el bienestar del cuerpo, y otros para la
vida misma.
Un conocimiento firme de estos deseos sabe, en efecto, referir cualquier
elección o rechazo a la salud del cuerpo y a la serenidad del alma, porque eso
es la conclusión del vivir feliz. Con ese objetivo, pues, actuamos en todo,
para no sufrir dolor ni pesar. Y apenas de una vez lo hemos alcanzado, se
diluye cualquier tempestad del alma, no teniendo el ser vivo que caminar más
allá como tras una urgencia ni buscar otra cosa con la que llegara a colmarse
el bien del alma y del cuerpo. Porque tenemos necesidad del placer en el
momento en que, por no estar presente el placer, sentimos dolor. Pero cuando no
sentimos dolor, ya no tenemos necesidad del placer.
Precisamente por eso decimos que el placer es principio y fin del vivir
feliz. Pues lo ‘hemos reconocido como bien primero y connatural y de él tomamos
el punto de partida en cualquier elección y rechazo y en él concluimos al
juzgar todo bien con la sensación como norma y criterio. Y puesto que es el
bien primero y connatural, por eso no elegimos cualquier placer, sino que hay
veces que soslayamos muchos placeres, cuando de éstos se sigue para nosotros
una molestia mayor. Muchos dolores consideramos preferibles a placeres, siempre
que los acompañe un placer mayor para nosotros tras largo tiempo de soportar
tales dolores. Desde luego* todo placer, por tener una naturaleza
familiar, es un bien, aunque no sea aceptable cualquiera. De igual modo
cualquier dolor es un mal, pero no todo dolor ha de ser evitado siempre.
Conviene, por tanto, mediante el cálculo y la atención a los beneficios y los
inconvenientes, juzgar todas estas cosas, porque en algunas circunstancias nos
servimos de algo bueno como un mal y, al contrario, de algo malo como un bien.
Así que la autosuficiencia la consideramos un gran bien, no para que en
cualquier ocasión nos sirvamos de poco, sino para que, siempre que no tenemos
mucho, nos contentemos con ese poco, verdaderamente convencidos de que más
gozosamente disfrutan de la abundancia quienes menos necesidad tienen de ella,
y de que todo lo natural es fácil de conseguir y lo superfluo difícil de
obtener. Y los alimentos sencillos procuran igual placer que una comida costosa
y refinada una vez que se elimina todo el dolor de la necesidad. Y el pan y el
agua dan el más elevado placer cuando se los procura uno que los necesita. En
efecto, habituarse a un régimen de comidas sencillas y sin lujos es provechoso
a la salud, hace al hombre desenvuelto frente a las urgencias inmediatas de la
vida cotidiana nos pone en mejor disposición de ánimo cuando a intervalos
accedemos a los refinamientos, y nos equipa intrépidos ante la fortuna.
Por tanto, cuando decimos que el placer es el objetivo final, no nos
referimos a los placeres de los viciosos o a los que residen en la disipación,
como creen algunos que ignoran o que no están de acuerdo o interpretan mal
nuestra doctrina, sino al no sufrir dolor en el cuerpo ni estar perturbados en
el alma. Porque ni banquetes ni juergas constantes ni los goces con mujeres y
adolescentes, ni de pescados y. las demás cosas que una mesa suntuosa ofrece,
engendran una vida feliz, sino el sobrio cálculo que investiga las causas de
toda elección y rechazo, y extirpa las falsas opiniones de las que procede la
más grande perturbación que se apodera del alma.
De todo esto principio y el mayor bien es la prudencia. Por ello la
prudencia resulta algo más preciado incluso que la filosofía. De ella nacen las
demás virtudes, porque enseña que no es posible vivir placenteramente sin vivir
sensata, honesta y justamente, ni vivir sensata, honesta y justamente sin vivir
con placer. Las virtudes pues, están unidas naturalmente al vivir placentero, y
la vida placentera es inseparable de ellas.
¿Porque quién piensas tú que sea superior a quien sobre los dioses tiene
creencias piadosas y ante la muerte está del todo impávido y ha reflexionado el
fin de la naturaleza y sabe que el límite de los bienes es fácil de colmar y de
conseguir, mientras que el de los males presenta breves sus tiempos o sus
rigores; y que se burla de aquella introducida tirana universal, la Fatalidad,
diciendo que algunas cosas suceden por necesidad, otras por azar, y otras
dependen de nosotros, porque afirma que la necesidad es irresponsable, que el
azar es vacilante, mientras lo que está en nuestro poder no tiene otro dueño,
por lo cual le acompaña naturalmente la censura o el elogio?
Pues sería mejor prestar oídos a los mitos sobre los dioses que caer
esclavos de la Fatalidad de los físicos. Aquéllos esbozan una esperanza de
aplacar a los dioses mediante el culto, mientras que ésta presenta una
exigencia inexorable.
En cuanto a la Fortuna, ni la considera una divinidad como cree la
muchedumbre ‒puesto que la divinidad no
hace nada en desorden‒, ni una
causalidad insegura, pues no cree que a través de ésta se ofrezcan a los
hombres el bien o el mal para la vida feliz, aunque determine el rumbo inicial
de grandes bienes o males. Piensa que es mejor ser sensatamente desafortunados
que gozar de buena fortuna con insensatez. Pero es mejor que lo rectamente
decidido se enderece en nuestras propias acciones con su ayuda.
Estos consejos, pues, y los afines a ellos medítalos en tu interior día y
noche contigo mismo y con alguien semejante a ti, y nunca ni despierto ni en
sueños sufrirás perturbación, sino que vivirás como un dios entre los hombres.
Pues en nada se asemeja, a un mortal el hombre que vive entre bienes
inmortales.
Epicuro, Carta a Meneceo.
1. Según Epicuro, ¿quién debe filosofar, y para
qué? ¿A qué dice que se dedican los dioses, y por qué no hay que temerlos?
2. ¿Qué motivos hay para angustiarse ante la
muerte? ¿Por qué no deben tenerse en cuenta, según Epicuro? ¿Cómo debe comportarse
el epicúreo ante la vida y la muerte?
3. ¿Cuánto más larga es una vida, siempre es mejor?
Según Epicuro, ¿sería mejor no haber nacido o morir cuanto antes? ¿Somos dueños
absolutos de nuestro futuro?
4. Clasifica los deseos según el texto. ¿En qué
consiste una vida feliz? ¿Se debe aceptar cualquier placer para lograrlo? ¿Cómo
establecer un criterio?
5. ¿Por qué es deseable la “autosuficiencia”? ¿Qué
tipo de placeres son el objetivo principal de la ética epicúrea? ¿Y cuáles no
deberían incluirse?